Alforjas, Indumentaria Tradicional
Alforjas, Indumentaria Tradicional
Noelia Ibañez

Indumentaria popular

El traje popular es diferente según la actividad que se realiza y de los materiales que hay en la zona para su confección.

El traje masculino está hecho fundamentalmente de pana, lana y esparto, con predominio de los colores blanco y negro. Había un traje para las faenas en el campo, con tejidos menos costosos y más resistentes y otro para las fiestas.

Alforjas, albarcas, alpargatas, botas, bufandas, cayados, correas, gorras y pasamontañas, eran complementos de las vestimentas de los habitantes del campo murciano, con los que trabajar cómodamente y hacer frente a los rigores del invierno a la intemperie.

La vestimenta de la mujer era más delicada y variada de colores, encajes y sedas. Faldas, fratiqueras, fajas, polainas y refajos, eran partes sustanciales de la indumentaria femenina en el campo.

Formas de diversión en el campo murciano

A pesar de las largas jornadas de trabajo que debían soportar los hombres y mujeres del campo murciano, siempre encontraban tiempo para divertirse y para celebrar fiestas y bailes.

Los mozos y mozas gustaban de realizar los 'Juegos' que eran rústicas y amables piezas teatrales que representaban en algún corral y a las que asistían sus amigos y familiares.

Los hombres jugaban al caliche, organizaban rondallas para dar serenatas a las mujeres que pretendían y festejaban el día de Todos los Santos con grandes hogueras. Hacían rondas con trovas o cánticos de moda, jaranas o comilonas para despedir a los quintos y dar la 'cencerrá' a los viudos que pretendían casarse.

Las mujeres se reunían en el lavadero, el horno y la tienda y las solteras se paseaban con sus cántaros a la fuente y ensayaban los cánticos para las novenas, bailes, comedias y costuras.

De todas las diversiones que organizaban estas gentes, el baile era la preferida por todos. Hombres y mujeres bailaban al ritmo de jotas, malagüeñas y parrandas y siempre había quien animase a los bailarines diciendo: ¡Viva quien baila! o ¡Viva lo bien bailado!.

Convivencia vecinal

La relación entre las diferentes familias vecinas en el campo era estrecha y fraternal. Esta hermandad era natural y necesaria, ya que el entorno en el que vivían los mantenía alejados de los centros de socorro, por lo que la ayuda del vecino en caso de incendio, accidente, inundación o enfermedad, muchas veces era vital.

Los habitantes del campo heredaban esta entrañable convivencia de sus mayores y la sentían y conservaban como una preciada joya. Cuando se producía una defunción, era difícil atisbar quiénes eran de la familia del difunto, puesto que todos los vecinos la lloraban y sentían por igual. Ayudaban  a la familia a preparar el riguroso luto y rezaban con ella el Santo Rosario todas las noches hasta el día de la 'Misa de los nueve días'.

Matanza y Esquilos. Acontecimientos de la vida rural

El mes de enero era el de las matanzas y todas las familias se reunían para festejar el acto que les reportaría alimentos para todo el año. Aprovechaban las bajas temperaturas invernales para curar al natural sus piezas: jamones, paletillas, morcillas, longanizas, salchichones, etc...

A finales de mayo tenía lugar otro importante acontecimiento también relacionado con la economía familiar. Eran los esquilos del ganado lanar, preparados por el ganadero con todo cuidado y detalle. Avisaba a los aparceros y los invitaba a comer y a presenciar el esquilo de su lote. Luego partían la lana correspondiente vellón a vellón. Finalizada la reunión, el ganadero salía a despedir al dueño de los pastos, con su cumplido saludo de 'Dios le de a usted mucha salud recursos a toda su familia'.

Festividad de San Antón

Los días 16 y 17 de enero constituían una fiesta muy popular en los campos, ya que festejaban el patrocinio del Santo sobre sus animales.

El día 16 iban al monte para traer leña con la que encendían lumbre para asar patatas y con la que preparaban la gran hoguera que ardía al oscurecer, llenando aldeas y caseríos de carretillas chisperas.

Las mujeres preparaban con esmero el pan bendito que se distribuía en la puerta de la Iglesia el día 17 y se hacía la colecta voluntaria, con la venta de papeletas para la rifa del 'Marrano de San Antón'. Ese mismo día, se liquidaba todo en rifas, juegos al palo ciego y carreras de burros.